El morir siempre significó un contratiempo, tanto para el que pasaba a mejor vida como para quienes lo sobrevivían.

   Comenzaremos por ubicarnos en los primeros tiempos del entorno de esta ciudad en épocas en que se moría en cualquier lugar, por falta de atención médica y de los mismos médicos, recogiéndose los enfermos, heridos o afectados por cualquier accidente en los domicilios más cercanos, donde en general se expiraba poco después.

   Cuando la muerte se producía a raíz de enfrentamientos de bandos en pugna, quedaban los cuerpos tendidos en los campos, expuestos a la intemperie y a la descomposición propia del tiempo y de las alimañas.

   Si alguna alma piadosa recogía el cadáver, dependía del sitio donde hubiera fallecido el occiso: si era en lugar alejado de una población, se colocaba el cuerpo sobre algún árbol o se cubría con piedras para preservarlo de animales dañinos o hambrientos, y pasado algún tiempo sus restos se transportaban al poblado más cercano para su inhumación; si podía acercarse al finado al templo del lugar, se dejaba al cura y sus ayudantes, la labor de cavarle la tumba en el cementerio anexo a la capilla y darle sagrada sepultura, con el cobro de la tarifa estipulada para esos casos, siempre que la familia pudiera hacer frente a ese pago.

   En el primer caso se anotaba en los libros llevados por el cura, dejando constancia de que se habían sepultado unos restos traídos por XX y recogidos desde el campo por ejemplo. En el caso restante, el sacerdote anotaba los datos que individualizaban al fallecido, quedando de esa manera registrado su deceso.

   Más adelante, producidas distintas epidemias, se trasladó el cementerio a un lugar más apropiado (¿) reglamentándose rigurosamente la manera de enterrar a los que hubieren muerto a raíz de esas epidemias, en particular las del cólera y de la virulenta viruela, tratando así de evitar los contagios que diezmaban drásticamente la población.

   Estamos en 1871 y se dispone entonces lo siguiente: “prohibir llevar los cuerpos de los fallecidos por viruela al templo para ser velados, debían ser enterrarlos en tumbas cavadas a 2 metros de profundidad, se debía cubrir el féretro con cal viva y se establecía que debía conducirse el mismo al cementerio por las calles más despobladas”.

   Para entonces ya se había licitado el servicio de carros fúnebres, estableciéndose que sería la Empresa de Ramón Cazalás la que debía conducir obligatoriamente los cuerpos al cementerio con su intervención, prohibiéndose hacerlo directamente por los deudos.

Tarjetones tipo comunicando un deceso

    Fuera de lo dicho, existía entonces la problemática de la comunicación cuando se trataba de hacer conocer a vecinos, amigos e incluso a familiares la muerte de un coterráneo o familiar, pues sólo existían periódicos que se editaban en determinados días de la semana, no estando tampoco al alcance de todos los vecinos.

   La manera práctica de avisar el deceso consistía en la impresión de tarjetones que en general estaban orlados con un margen negro, de luto, en el que se avisaba el fallecimiento, dando detalles del velatorio y de su inhumación.

       Estas tarjetas se colocaban en sitios concurridos para enterar a los vecinos: puertas del templo, postes en plazas o lugares públicos, comercios muy concurridos o repartiéndolos por muchachos contratados al efecto en domicilios de amigos o conocidos.

   Si se trataba de persona pudiente o muy conocida, el velatorio adquiría un trámite que debía cumplirse para dar realce a ese momento tan triste y especial: los velatorios se realizaban siempre en los domicilios particulares y se acostumbraba de acuerdo a la categoría del finado a: desde cubrir los llamadores de bronce con figura de una mano, comunes entonces (no había comenzado aún la “era del bronce”) con crespones negros que amortiguaran el llamado para no distraer a los dolientes; el llanto en ocasiones de las contratadas “lloronas” que actuaban en determinados momentos en que la concurrencia era numerosa, emitiendo desgarradores lamentos; agasajar los deudos a quienes los acompañaban en esos momentos, sobre todo en horas de la noche, sirviendo bebidas, café o té, refrescos o algún alimento a quienes se mantenían junto al féretro.

   En ocasiones, si el finado fuera personaje de relieve o hubiera ocupado algún cargo público de destaque, se apostaba junto a la puerta un atildado portero, rigurosamente vestido de negro, quien permitía el pasaje al interior del velatorio, impidiéndolo hacerlo y evitando la presencia de indeseables que sólo aprovechaban esas circunstanciaspara completar su dosis diaria de bebidas.

     El luto no terminaba con el sepelio del finado, durando a veces el velatorio más de 24 horas, sino que se exteriorizaba el dolor causado por la partida al más allá del pariente con un rigurosos atuendo, existiendo casas especializadas en esos menesteres, pues debían atenderse en ocasiones a numerosos dolientes rápidamente, tiñendo vestidos y vestimenta, complementándose con accesorios necesarios para demostrar el sentimiento que se había adueñado de todo el hogar y sus habitantes.

    Las mujeres debían vestirse de riguroso luto con prendas totalmente negras las que debían lucir cuando se mostraban públicamente, saliendo de sus casas en contadas ocasiones, hasta pasado un largo tiempo del insuceso que duraba hasta por lo menos un año en el caso de las viudas, trocándose en las hijas a los 6 meses por el  “medio luto” que permitía incorporar alguna prenda de color blanco, nunca de colores.

   En el caso de los varones, era obligación demostrar su dolor ante aquella circunstancia de la pérdida del familiar, usando corbata negra, brazalete ancho del mismo color en la manga izquierda del saco durante por lo menos esos 6 meses, trocándose luego por una fina tira que se adosaba al ojal de la solapa de los sacos.

   Compárese ese riguroso luto con lo que actualmente sucede en que, en muchos casos se olvida rápidamente en lo exterior, el recuerdo del familiar que tuvo la mala idea de despedirse de este mundo. 

    En cartas y tarjetas que enviaban los dolientes a familiares, amigos o conocidos e incluso en correspondencia de negocios, se hacía mención indirecta al luto que aún se mantenía, bordeando la tarjeta, la carta o el sobre que la contenía con una impresión de color negro. 

   En caso de que hubiera muerto “un angelito” (un niño de pocos años o meses) el velatorio duraba varios días, que se asemejaban más a festejo que al dolor que producía su partida. En determina fecha se prohibieron seguir practicando esta manera de velar al inocente pues se cometían abusos dilatando días y días esas reuniones.

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   Respecto a los requisitos que se estipulaban a la primera Empresa ganadora de la licitación del “servicio de carros fúnebres” se establecía que la misma debía tener a disposición de los interesados estos carros, todos tirados por equinos: 1 carro de 1ª. clase para adultos el que debía estar montado sobre elásticos tirado por 2 caballos con mantas y el carruaje con cortinados y 5 adornos en el domo cobrando $ 10 moneda corriente por el traslado;  un carro de 2ª. clase para adultos con 4 ruedas con elásticos tirado por 2 caballos y con cortinados cobrando $ 6 de aquella moneda;  como también otro de 3ª clase para los mismos, montado sobre elásticos, tirado por un caballo, teniendo el carro cortinados y 5 penachos derechos en el domo, siendo su costo $ 4 en moneda corriente. Además 2 carros para párvulos; uno de 1ª clase con 4 ruedas montado sobre elásticos, de color blanco, tirado por 2 caballos teniendo el carruaje cortinados blancos y 5 penachos en el domo con derecho al cobro de $ 8 pesos en aquella moneda y otro de 2ª. clase con iguales características, de color blanco pero sin adornos siendo su costo de $ 6 moneda corriente.

   El concesionario Ramón Cazalás cobrará 8 pesos moneda corriente. por el carruaje de luto para los deudos y $ 4 por los demás carruajes que acompañen a los carros fúnebres y quien conduzcan los carros tendrán un traje especial compuesto de levita y chaleco negro con sombrero de copa alta y luto en el mismo, polainas de charol o hule.

   Se notan aquí los distintos niveles de la sociedad relacionados con los servicios que se contrataban, siendo rigurosamente fiscalizada el cumplimiento de la reglamentación que debía respetar la Empresa. 

(Aclaramos el significado de algunas palabras incluidas en aquella reglamentación- p. ej. domo: la parte superior de una cúpula; - polainas: tela que cubre y protege el calzado).                       --------------------------------------

   Ratificando lo que decimos al comienzo el día 27 de agosto de 1913 se publica en el diario “El Progreso” esta noticia: “CADAVER MOMIFICADO- Su hallazgo en Río Negro- Nos escriben desde R. Negro que ha causado sorpresa entre el vecindario de la estación Menafra, el hallazgo de un cadáver momificado. Resulta que en el año 1906 falleció la vecina Francisca Martínez, siendo depositado su cadáver dentro de un ataúd, sobre un cerrito de piedras existente en el campo siguiendo una costumbre que se conserva en muchos parajes y especialmente en los lugares pedregosos donde no es posible abrir una sepultura.

Hace pocos días miembros de la familia se trasladaron a dicho lugar con el objeto de depositar en una urna los restos; y ¡cual fue su sorpresa al retirar las ya carcomidas tablas del ataúd y encontrarse con el cadáver aún entero de la Martínez, tal cual si esta hubiese muerto pocos momentos antes!. La muerte no había realizado su obra destructora y circunstancias no explicables influyeron en cambio a que el cuerpo se secase completamente manteniendo invariable su estructura. El caso ha producido como decimos, gran sorpresa”.

     Con lo dicho notamos que han cambiado en mucho los sentimientos y actitudes.