Con una mente fresca y recuerdos de sus diferentes momentos en la vida, encontramos a una apreciada vecina de Mercedes que celebró su centenario de vida.
Blanca Rodríguez Rubio, maestra, profesora, activa vecina que integró infinidad de comisiones y grupos, tiene los recuerdos de su infancia, su juventud y sus años de docente muy claros y dialogar con ella fue sin dudas un placer por la sencillez y experiencia que trasmite.
En su casa de calle Colón y a pocas horas de haber celebrado sus 100 años, Blanquita nos recibió y comenzó el diálogo cuando nos confirmó que “la docencia siempre fue un placer para mí. Soy maestra, la práctica la ejercí en las escuelas Nos. 1 y 4, pero la mayoría de los años como docente los desarrollé en la Nº 24. También fui profesora de Idioma Español y Matemática en el liceo Nº 2 donde luego ejercí la Subdirección y posteriormente la dirección de ese centro de enseñanza.
Cuando comencé a ejercer en el liceo, que en ese tiempo era el Nº 1, el director me solicitó que por unos días también dictara Matemática porque faltaba un docente. Como yo daba clases particulares de esa materia en mi casa y además siempre me gustó la Matemática, acepté y continué dictando esos cursos.
Quizá mi amor por la docencia lo heredé de la familia porque tenía una tía, Isabel Rubio, que fue directora por muchos años de la escuela Nº 1 y yo estuve mucho tiempo con ella, ya que mi familia vivía en el campo y cuando debí cursar enseñanza secundaria, tuve que venir a residir a Mercedes.
Nuestra niñez la pasamos en el campo en la zona de Bequeló. En las tardes de verano el arroyo Bequeló era nuestro balneario y allí íbamos mis hermanos y mis primos que llegaban de Montevideo, acompañados por Fiel nuestro perro ovejero, que se divertía tanto como nosotros en ese lugar. Era una tarde de mucho bochinche, de risas, de juegos, porque todos éramos chicuelos y en algunas oportunidades los vecinos, la familia Cazalas que vivía del otro lado del arroyo, iba hasta la orilla para ver de dónde provenían esas risas.
Las enseñanzas escolares las recibíamos en nuestra casa, porque nuestros padres llevaban a una maestra que se quedaba con nosotros durante el tiempo de clase y además de brindarnos los conocimientos básicos, en la tarde también nos enseñaba algunas labores como costura, tejido y bordado. Nuestro padre entendía que las escuelas que teníamos estaban muy lejos y como éramos unos cuantos, para llevarnos a todos debían meternos en un carro o preparar muchos caballos y por ello las maestras vivían con nosotros.
Cuando cumplí 12 años y terminé primaria me vine a Mercedes a vivir a la casa de mi abuela Pilar Pérez de Rubio que tenía su vivienda en Paysandú entre Colón y 18 de Julio. Los primeros meses recuerdo que extrañé, me había criado en el campo, éramos muchos chicos en nuestra casa y el cambio fue muy grande porque pasé a vivir con personas mayores. Me trataban de lo mejor, me mimaban demasiado, pero igual se extrañaba el hogar. Pero mi meta era estudiar y tras culminar el liceo, ingresé a Magisterio”.
Sobre su época de docente recordó que “eran tiempos donde se exigía más al alumno, había mucha corrección, se respetaba a los adultos y callados la boca escuchábamos la clase y sabíamos que debíamos preparar todas las tareas que nos indicaban para el día siguiente.
Los chicos fueron iguales siempre. Todo depende de quién es la persona mayor que está frente a ellos. Quizá los de mi época y los de ahora tienen costumbres diferentes, pero sin dudas que las primeras enseñanzas, tener un adulto que sea firme, es importante porque es quien permite hacer o no determinadas cosas. Al niño no hay por qué sacrificarlo, hay que saberlo hablar, mostrarle que lo que hizo está mal para lograr cosas positivas. A mí me tocó trabajar por muchos años en diferentes puntos de la ciudad con chicos diversos y nunca me dieron trabajo. Y si lo daban, nosotros aplicábamos penitencias y nadie las quería. Así que marchaban correctamente”.
Peña “Lazo y Estribo”
Durante la charla también surgió el tema de la fundación de la Peña “Lazo y Estribo”. Al respecto, recordó que “estaba Blanca García y ella era capaz de inventar lo que fuera. Comenzamos a reunirnos en mi casa y allí surgió la idea de formar la Peña. Blanca, además de inteligente era muy audaz, y así se formó la Peña “Lazo y Estribo”, trajimos un profesor que nos enseñó mucho y conformamos un grupo muy lindo. La peña duró muchísimos años y participamos de diferentes eventos, fue otra etapa realmente maravillosa.
También integré otras comisiones como Cruz Roja, Comisión de Apoyo al Hospital, al Consejo del Niño, Hogar de Ancianos, entre otros. A todos quienes venían a solicitar mi apoyo trataba de dárselo, siempre llevé ese espíritu solidario a cada rincón que pude.
Sin dudas que los tiempos desde mi juventud hasta ahora han cambiado, hoy los jóvenes tienen otra libertad. En mi época íbamos a algún lado de vez en cuando y con el permiso especial de nuestros mayores.
Los paseos tradicionales eran dar vuelta alrededor de plaza Independencia en la tardecita los fines de semana y el domingo en la mañana luego de ir a la escuelita dominical de la Iglesia Evangélica, porque mis abuelos profesaban esa religión, nos permitían ir a disfrutar de la rambla.
Cómo se extrañan las grandes mesas que se tendían en mi casa, porque de familia éramos unos cuantos y además se estilaba que a mediodía se recibía a los vecinos que pasaban y se quedaban a almorzar. Cuando ocurría esto, escuchábamos a mi padre pedirle a Rosa, quien fue cocinera por muchos años, que pusiera otro plato más en la mesa.
Tuvimos vecinos espectaculares como los Ithursarry, Barrandeguy y nos encantaba en la tarde con mis hermanos tomar prestados los caballos para salir a galopar un poco. También disfrutábamos cuando le sacábamos algún dulce casero que hacía mi mamá. Los colocaba en unos recipientes de cristal con grandes tapas y preparaba de higo, ciruela, zapallo y una vez Dora y Sara que eran muy chicas, no encontraron una cuchara y metieron sus manitos dentro de los recipientes y las encontró mi madre en esa instancia.
Hermosas épocas cuando en la tarde nos sentábamos al lado de mi madre que estaba con su máquina de coser y nosotros zurcíamos las medias porque las botas las rompían bastante. Sabíamos coser, bordar, nos enseñaban muchas cosas que luego fuimos aplicando a lo largo de la vida”.