Hablo de nosotros.
No sé cuándo fue.
Lo que sé es que alguien desde arriba dio la orden y allá fuimos… balando despacito.
Balando.
“La gente ya no come por ver a Walter Gómez” cuentan nuestros mayores que se cantaba hace unos años.
Y de verdad que no comían por ver a Gómez, por ver a Chicotazo, por salir de pesca o mirar la Vuelta llegando a la plaza.
Ha pasado mucha agua desde aquellos no tan lejanos tiempos.
Ha pasado mucha agua desde las zafras electorales de Comités de Base desbordados con cordones tricolores, doñas coloradas ensobrando listas alrededor de mesas de manteles rojos, camionetas con parlantes llegando y saliendo de los clubes blancos.
Ha pasado mucha agua desde los cercanos tiempos de Comisiones Fomentos en que la directora de la escuela esquivaba al vecino nuevo. Es que ella tenía derecho a dudar del papá que estrenaba hijo en primero y prefería elegir entre 30 o 40 padres repetidores que aspiraban al cargo.
Comisiones de escuela en que las mamás anunciaban tempranamente en abril cuál sería su proyecto para recaudar fondos y cómo harían para arreglar el jardín con poco dinero.
Ha pasado poco tiempo y mucha agua desde aquellos días en que había que hacer cola y reservar mesa para escuchar “al intérprete de canto popular”.
No hace tanto que en las elecciones del club de fútbol, dos y hasta tres listas se peleaban por integrar la directiva.
Coordinadoras de comisiones barriales, residentes de tal ciudad que vivían en tal otra, tribunas llenas en cualquier deporte, mostradores donde no cabía ni un codo ni un cuento más, misas con cristianos gritando “¡y con tu espírituuuuu!” desde la vereda, asambleas de socios para las que había que salir a buscar sillas a último momento.
Y de golpe.
¡Una bomba que destruye lo colectivo pero no lo individual cae sobre nosotros!
Las edificaciones logran quedar en pie.
Las instituciones consiguen soportar los primeros embates pero… se ven menos lamparillas encendidas, se empieza a depositar polvo sobre los muebles y el cantinero pasa el trapo por décima vez sobre el mostrador… mirando hacia una puerta que no ve entrar a nadie.
Las reuniones de directiva se hacen mano a mano entre el presidente y el secretario.
Ahora sobran sillas en el mismo lugar en que la gente sesionaba parada.
Los que aceptaron integrar la lista a principio de año ya se fueron y todavía no hemos llegado a agosto.
–¿Cómo se llamaba el señor de bigote grueso que iba a organizar el festival de coros?–pregunta inocentemente la directora del liceo.
–Tendríamos que empezar una campaña de socios urgente– dice el presidente de la institución. En los últimos cinco años pasamos de 400 a 35 socios.
–Correligionarios, hay que hacer un esfuercito más o tendremos que cerrar el club. ¿Queremos recuperar el gobierno o vamos a quedarnos de brazos cruzados mientras ellos hacen lo que se les antoja?
–O metemos todos o no tiene sentido la Comisión Barrial. Hace meses que somos mi señora, Don Rodríguez y yo. Eso sí, después se quejan cuando los roban o no reponen las luces de la calle.
–Compañeros, esto es una vergüenza, no hemos podido reunir al Comité de Base en tres meses. Las comisiones de Finanzas, de Prensa y Propaganda y de Organización solo existen de nombre.
–Si no somos capaces de juntar a los miembros de la Convención no esperen que ganemos nunca más una elección en este país.
–Che, no podemos seguir con los ensayos de esta manera. Habíamos dicho los lunes porque todos podían y la vez que vinimos más éramos cuatro.
Se acabó lo que quedaba.
Una bomba que nadie advirtió impactó sobre nosotros.
Nos mandaron a guardar.
Y no estamos hablando exclusivamente de proyectos sociales.
(Continuará)